divendres, 28 de maig del 2010

La Fe de Thomas Merton, "La fe és estimar sense mesura"


No somos perfectamente libres, sino hasta que vivimos en esperanza pura: porque cuando nuestra esperanza es pura, ya no confía exclusivamente en medios humanos y visibles, ni descansa en ningún fin visible. El que espera en Dios, confía en que Dios, a quien nunca ve, lo conduzca a la posesión de cosas inimaginables.

Cuando no deseamos las cosas de este mundo por ellas mismas, nos hacemos capaces de verlas tales como son. Vemos al mismo tiempo su bondad y su fin, y podemos apreciarlas como nunca las habíamos apreciado. Al libramos de ellas, comienzan a agradamos. Al dejar de confiar en ellas solas, pueden servimos. Puesto que no dependemos ni del placer ni de la ayuda que obtenemos de las cosas, éstas nos brindan placer y ayuda, ordenados por Dios. Pues Jesús dijo: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (es decir, todo lo que necesitáis para vuestra vida terrena) se os darán por añadidura" (Mateo 6.33).

La esperanza sobrenatural es la virtud que lo despoja a uno de todas las cosas para darle la posesión de todas las cosas. No se espera lo que ya se tiene. Luego, vivir en esperanza es vivir en pobreza, no teniendo nada. Y con todo, si uno se abandona en manos de la economía de la Divina Providencia, tendrá todo lo que espera. Por la fe conocemos a Dios, a quien no vemos. Por la esperanza poseemos a Dios, sin sentir Su presencia. Si esperamos en Dios, por la esperanza ya lo poseemos, pues la esperanza es la confianza que Él crea en nuestra alma como evidencia secreta de que ya ha tomado posesión de nosotros. Así el alma que espera en Dios ya le pertenece, y pertenecerle es tanto como poseerle, pues Él se da enteramente a aquellos que se dan enteramente a Él. Lo único que la fe y la esperanza no nos dan es la visión clara de Aquel a quien poseemos. Estamos unidos a Él en oscuridad, porque tenemos que esperar. Spes quae videtur non est spes¨.La esperanza nos priva de todo lo que no es Dios, para que todas las cosas puedan servir a su verdadero fin, como medios para llevamos a Dios.La esperanza es proporcional al desprendimiento. Ella lleva nuestra alma al estado del más perfecto desprendimiento. Al hacerla así, restaura todos los valores, colocándolos en su orden adecuado. La esperanza vacía nuestras manos para que podamos trabajar con ellas; nos muestra que tenemos algo por qué trabajar; y nos enseña cómo trabajar por ese algo.Sin esperanza, la fe sólo nos da conocimiento de Dios. Sin amor y sin esperanza, la fe sólo lo conoce como extraño. Porque la esperanza nos arroja en los brazos de Su misericordia y de Su providencia. Mas, si esperamos en Él, no sólo llegamos a saber que es misericordioso, sino también experimentamos Su misericordia en nuestra vida.

Si en vez de confiar en Dios confío sólo en mi entendimiento, en mis fuerzas, en mi prudencia, me fallarán todos los medios que Dios me ha dado para encontrarlo.Ninguna cosa creada es de uso final sin esperanza. Poner la confianza en las cosas visibles es vivir en la desesperación.Y sin embargo, si espero en Dios, debo también hacer un uso confiado de los auxilios naturales que, con la gracia, me capacitan para llegar a Él. Si Él es bueno, y si mi entendimiento es un don de Él, tengo que demostrar mi confianza en Su bondad empleando mi entendimiento. Debo dejar que la fe eleve, sane y transforme la luz de mi entendimiento. Si Él es misericordioso, y si mi libertad es un don de Su misericordia, debo mostrar mi confianza en Su misericordia, haciendo uso de mi libre albedrío. Debo dejar que la esperanza y la caridad purifiquen y fortalezcan mi libertad humana y me eleven a la autonomía gloriosa de los hijos de Dios.

Todos los deseos, menos uno, pueden fallar. El único deseo que infaliblemente se cumple es el deseo de ser amado por Dios. No podemos desear esto eficazmente sin desear al mismo tiempo amarlo; y el deseo de amarlo es un deseo que no puede fallar. Tan sólo con desear amarlo, ya estamos comenzando a hacer eso que deseamos. La libertad es perfecta cuando ningún otro amor puede impedir nuestro deseo de amar a Dios.

Sería pecado poner límites a nuestra esperanza en Dios: hemos de amarlo sin medida. Todo pecado tiene su raíz en una falta de amor. Todo pecado es un retiro del amor de Dios, para amar otra cosa. El pecado pone límites a la esperanza y pone grilletes al amor. Si ponemos nuestro fin en algo limitado, habremos retirado completamente nuestro corazón del servicio del Dios vivo. Si seguimos amándolo como fin nuestro, pero ponemos esperanza en algo más junto con Él, nuestro amor y nuestra esperanza no son lo que deberían, porque nadie puede servir a dos señores.

La esperanza es la médula viva del ascetismo. Nos enseña a negarnos a nosotros mismos y a dejar el mundo; no porque nosotros o el mundo seamos malos, sino porque sin una esperanza sobrenatural que nos eleve sobre las cosas temporales no estamos en condiciones de usar perfectamente de nosotros ni de la verdadera bondad del mundo. Mas nosotros nos poseemos y poseemos todas las cosas en la esperanza, pues en ella las tenemos, no según son en sí, sino como son en Cristo: plenas de promesas. Todas las cosas son a un tiempo buenas e imperfectas. La bondad da testimonio de la bondad de Dios y la imperfección de todas las cosas nos recuerda separamos de ellas, para vivir en esperanza. Son de por sí insuficientes. Hemos de pasar sobre ellas hacia Aquel en quien ellas tienen su ser verdadero.No abandonamos los bienes de este mundo porque no son buenos, sino sólo porque no son buenos para nosotros más que en cuanto integran una promesa. Ellos, en cambio, dependen de nuestra esperanza y de nuestro desapego, para el cumplimiento de su destino. Si lo usamos mal, nos arruinamos junto con ellos; si los empleamos como promesa para los hijos de Dios, los llevamos, junto con nosotros, a Dios."Pues la expectación ansiosa de la creación está aguardando la revelación de los hijos de Dios... Porque también la creación misma será liberada de la servidumbre de la corrupción, pasando a la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Romanos 8.19 y 21).Por tanto, de nuestra esperanza depende la libertad de todo el universo, pues nuestra esperanza es prenda del nuevo cielo y de la nueva tierra, en que todas las cosas serán lo que se ha dispuesto que sean. Resurgirán en Cristo, junto con nosotros. Animales y plantas compartirán un día con nosotros una nueva creación, y los veremos como los ve Dios y sabe que son muy buenos.Mientras tanto, si vamos tras las cosas por ellas mismas, descubriremos que ellas y nosotros somos malos. Ése es el fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal: un desagrado de las cosas que hemos empleado mal y un aborrecimiento de nosotros mismos por el mal uso.La bondad de la creación entra en el marco de la santa esperanza. Todo lo creado proclama la fidelidad de Dios a su promesa y nos urge, por nuestro bien y el de la creación, que nos neguemos a nosotros mismos y vivamos y miremos hacia el juicio y la resurrección universal.El ascetismo que no sea enteramente dependiente de esta promesa divina, es algo menos que cristiano.

Los que todo lo abandonan por buscar a Dios, saben bien que Él es Dios de pobres. Decir que es Dios de pobres y Dios celoso, es lo mismo que decir que es Dios celoso y Dios de misericordia infinita. No son dos dioses: uno celoso, a quien se debe temer, y otro misericordioso, en quien se deba poner la esperanza. Esta última no consiste en poner a pelear a uno de estos dos dioses contra el otro, sobornando a uno para apaciguar al otro. El Señor de toda justicia es celoso de Su prerrogativa de Padre de la misericordia, y la expresión suprema de Su justicia es el perdón de aquellos a quienes nadie fuera de Él habría perdonado.He ahí por qué es, sobre todo, Dios de los que pueden esperar contra toda esperanza. El ladrón arrepentido que murió junto con Cristo, pudo ver a Dios en donde los doctores de la Ley habían probado que era imposible la pretensión de divinidad de Jesús.

Sólo el hombre que ha tenido que enfrentarse a la desesperación está realmente convencido de que necesita misericordia. Los que no quieren misericordia, nunca la buscan. Es mejor encontrar a Dios en el umbral de la desesperación, que arriesgar la vida en una complacencia que nunca ha sentido la necesidad de perdón. La vida sin problemas puede, así como suena, ser más sin esperanza que aquella que siempre está al borde de la desesperación.

La fe que me dice que Dios quiere que todos los hombres se salven tiene que ser completada por la esperanza de que Dios quiere que yo me salve, y por el amor que responde a Su deseo y pone a mi esperanza el sello de la convicción. De este modo la esperanza ofrece la sustancia de toda la teología al alma individual. Por la esperanza, todas las verdades que se presentan ante el mundo de una manera abstracta e impersonal, se vuelven para mí un asunto de convicción personal e íntima. Lo que creo por la fe, lo que entiendo por el hábito de la teología lo poseo y hago mío por la esperanza. La esperanza es el portal de la contemplación, porque ésta es una experimentación de las cosas divinas, y no podemos experimentar aquello que no poseemos de algún modo. Por medio de la esperanza tomamos posesión de la sustancia de lo que creemos, y por la esperanza poseemos la sustancia de la promesa del amor de Dios.

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